Quiero escribir una pequeña
historia para publicar en mi blog. Doscientos cincuenta años. Es la primera
cosa que se me ocurre. La cuarta parte de un milenio. Alguien ha vivido
doscientos cincuenta años. Pero ¿nació en el último tercio del siglo XVIII y vive
ahora, o cumplirá doscientos cincuenta años en un futuro más o menos lejano?
Opción 1: Nació hace doscientos
cincuenta años. Para que haya vivido tanto se me ocurren tres posibilidades: Se
trata de un error de la naturaleza, de un milagro o del resultado de un pacto
con el diablo.
Opción 1.a: Ha llegado a vivir
doscientos cincuenta años debido a su constitución, a su tipo de alimentación, a que se traga
cada día en ayunas un diente de ajo, o cualquier otra razón. Un error de la
naturaleza en todo caso, porque cualquiera de esas cosas podría quizás justificar
que viviera ciento diez años. Ciento veinte. Ciento treinta, a lo sumo. Pero
¿doscientos cincuenta? Pienso en Titón, de quién, según la mitología griega, se
enamoró la Aurora, la de los rosados dedos. Aurora pidió a Zeus que concediera
la inmortalidad a su amado, y Zeus se la concedió, pero al no haberle concedido
la eterna juventud, terminó convirtiéndose en una piltrafa humana.
Opción 1.b: Hace tiempo leí en Las florecillas de San Francisco, o
algún otro libro pío, la historia de un monje que, al oír cantar a un
pajarillo, quedó extasiado pensando en las maravillas que el Creador había
puesto en la naturaleza, y permaneció inmóvil, en trance, durante varios años.
¿Por qué no doscientos cincuenta? Imagino la sorpresa de sus compañeros de
cenobio al verle levitando en medio del jardín. Lo del levitando no sé si venía
en la historia original, pero si no levitaba ¿no lo habrían enterrado
creyéndole muerto? Es de suponer, en todo caso, que se lo llevarían del jardín
el primer día de lluvia y lo dejarían en su celda a resguardo de la intemperie.
Con el tiempo, si no ocurrían más cosas extraordinarias, terminaría
prácticamente olvidado, sobre todo cuando los monjes, cada vez más escasos,
abandonaran o fueran expulsados del monasterio. Cuando ya mediado el siglo XX
alguien encontrara a nuestro monje, al retirar los escombros que tapaban la entrada
de su celda, ni por asomo se le ocurriría una explicación milagrosa, por
lo que terminaría en una vitrina del
Museo Etnográfico de Bañolas.
Opción 1.c: De pactos con el
diablo está llena la literatura universal desde las Cantigas de Santa María de Alfonso X hasta el Fausto de Goethe o El retrato de Dorian Gray de Oscar Wilde. Es una opción bastante mejor que la
anterior, porque hoy en día la gente no cree en los milagros, pero sí en el
diablo. Hay dos opciones para el final: el protagonista o se condena o se
salva. Como en el caso de Don Juan a quién Tirso de Molina y Mozart mandan al
infierno y Zorrilla perdona.
Opción 2: La acción transcurre en
el futuro, y se me ocurren tres posibilidades: está vivo doscientos cincuenta
años después de nacer porque ha viajado en el tiempo, porque la medicina ha
tenido avances espectaculares, o porque quien ha tenido avances espectaculares
es la ingeniería.
Opción 2.a: Viaje en el tiempo.
Está bastante visto. Desde La máquina del
tiempo de H.G.Wells hasta las películas de Regreso al futuro de Robert Zemeckis. No es una opción para una
historia sobre alguien que ha vivido doscientos cincuenta años porque en
realidad el viajero no los ha vivido. Solo ha vivido los anteriores al viaje y los
que viva después. Aquí me surge una duda sobre el monje de la opción 1.b: ¿Ha
vivido mientras estaba en éxtasis? Ciertamente se trata de una experiencia
superior, pero no es lo que se entiende por vida.
Opción 2.b: La medicina ha
avanzado tanto, a base de botox, estiramiento de pellejos, antioxidantes y,
sobre todo, trasplantes de órganos, que todo el que tenga recursos suficientes puede
llegar a vivir los doscientos cincuenta años. La parte más apropiada sobre la
que escribir en esta opción no es, sin embargo, la de los ricos receptores de
órganos, sino la de los necesitados que se ven obligados a vender los suyos o,
como en la película Coma de Michael
Crichton o el libro Cosecha sangrienta de
David Kilgour y David Matas, son despojados de ellos sin su consentimiento.
Opción 2.c: La que ha avanzado, en
colaboración con la medicina, es la ingeniería cibernética y la robótica, que
han permitido la sustitución de órganos defectuosos por implantes
tecnológicamente avanzados, llegándose a sustituir incluso el cerebro, neurona a neurona y sinapsis a sinapsis, por microordenadores cuánticos. Nuestro protagonista podría no tener ya ningún
componente orgánico sin ser por ello un robot (R.U.R. de Karel Capek) sometido a las leyes de Isaac Asimov, ni un
androide que sueñe con ovejas eléctricas (Blade
Runner en la versión cinematográfica de la novela de Philip K.Dick). Según algunos científicos (como Roger Penrose en La nueva mente del emperador, y en Lo grande, lo pequeño y la mente humana) la autoconsciencia y el libre albedrío son consecuencia de operaciones cuánticas que se realizan en los microtúbulos de las neuronas, por lo que, al sustituirlas una a una por microordenadores cuánticos, se habría conseguido conservar el alma inmortal.
Al final no he escrito una
historia, pero al menos he escrito algo en el blog.
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