miércoles, 28 de diciembre de 2016
miércoles, 21 de diciembre de 2016
miércoles, 14 de diciembre de 2016
El parque cercado
Me estaba acercando al parque. Ya
veía a lo lejos las puntas doradas de los barrotes de su vallado. Las puertas de
hierro estaban abiertas, pero, para mi
sorpresa, empezaron a cerrarse. Un coche llegó a toda velocidad, dispuesto a
entrar, y se paró entre las puertas con el morro ya dentro. Las puertas dejaron
de cerrarse y, tras un instante, comenzaron a retroceder hasta quedar de nuevo completamente abiertas. Comprendí que había una célula fotoeléctrica y que el coche había
interceptado los rayos de luz emitidos desde el lado opuesto, activándose el mecanismo que volvía a abrir las puertas.
Supuse que las puertas volverían
a cerrarse poco después de que el coche entrase en el parque. Afortunadamente yo llevaba un globito de helio
atado con un hilo larguísimo, así que, mientras me acercaba, fui soltando hilo
hasta situarlo sobre ellas. Y, cuando comenzaron a cerrarse, conseguí, dando pequeños
tirones del hilo, que el globo fuera bajando hasta situarse
justo delante de la célula. Las puertas volvieron a abrirse y yo eché a correr
para llegar antes de que se cerrasen. Pero no lo logré. Justo cuando llegué,
las puertas terminaron de cerrarse, y me quedé fuera.
Entonces me desperté. Esta
historia es tan tonta que solo podía ocurrir en un sueño. Sobre todo lo del
globito.
Yo creo que, en general, los
sueños no son más que elaboraciones sin sentido de cosas vividas, temidas,
deseadas o incluso que nos han pasado desapercibidas. Pero también creo que, a
veces, los sueños expresan ideas que nuestro subconsciente trata de hacernos
llegar. Y este sueño, me parece que es precisamente uno de ellos.
Existen muchos libros sobre
interpretación de los sueños, y quizás en algunos casos sean razonables, pero a
mí me parece que realmente el único que puede interpretar correctamente un
sueño es quien lo ha soñado.
En mi sueño, el elemento
principal es el parque cerrado en el que quiero entrar. Puede tratarse de un
sitio, un estatus, un grupo, una asociación... a la que quiero pertenecer o
donde quiero entrar, a pesar de no cumplir los requisitos previos necesarios (por eso no tengo el mando a distancia). Por ejemplo podría tratarse de la élite
de los artistas o de los sabios más reconocidos, a la que me gustaría pertenecer a
pesar de que mis dotes artísticas y científicas no son sobresalientes.
El coche no parece que tenga más
significado que la utilidad de mostrarme que hay una forma de entrar aunque no
se tenga el mando a distancia.
El globito es una herramienta que
tengo y que, utilizada con la debida habilidad, puede permitirme la entrada.
Podría tratarse de este blog, en el que publico relatos, dibujos, musiquillas e
incluso algunas ideas sobre ciencia. Este blog me permitiría entreabrir las
puertas de esa selecta élite.
El que al final no consiga entrar
en el parque, no creo que signifique que no voy a conseguir entrar, sino que si
quiero entrar, tengo que esforzarme más. En el sueño, tendría que correr
más.
Pero, como he dicho, el único que puede encontrar el verdadero significado de un sueño es quien lo ha soñado. Y la explicación anterior, a pesar de que la he dado yo, sé que, aunque nadie está libre de vanidad, no es la de verdad. El jardín por el que mi subconsciente dice que me tengo que esforzar, si quiero entrar sin tener derecho, se llama Paraíso.
miércoles, 7 de diciembre de 2016
Doscientos cincuenta años
Quiero escribir una pequeña
historia para publicar en mi blog. Doscientos cincuenta años. Es la primera
cosa que se me ocurre. La cuarta parte de un milenio. Alguien ha vivido
doscientos cincuenta años. Pero ¿nació en el último tercio del siglo XVIII y vive
ahora, o cumplirá doscientos cincuenta años en un futuro más o menos lejano?
Opción 1: Nació hace doscientos
cincuenta años. Para que haya vivido tanto se me ocurren tres posibilidades: Se
trata de un error de la naturaleza, de un milagro o del resultado de un pacto
con el diablo.
Opción 1.a: Ha llegado a vivir
doscientos cincuenta años debido a su constitución, a su tipo de alimentación, a que se traga
cada día en ayunas un diente de ajo, o cualquier otra razón. Un error de la
naturaleza en todo caso, porque cualquiera de esas cosas podría quizás justificar
que viviera ciento diez años. Ciento veinte. Ciento treinta, a lo sumo. Pero
¿doscientos cincuenta? Pienso en Titón, de quién, según la mitología griega, se
enamoró la Aurora, la de los rosados dedos. Aurora pidió a Zeus que concediera
la inmortalidad a su amado, y Zeus se la concedió, pero al no haberle concedido
la eterna juventud, terminó convirtiéndose en una piltrafa humana.
Opción 1.b: Hace tiempo leí en Las florecillas de San Francisco, o
algún otro libro pío, la historia de un monje que, al oír cantar a un
pajarillo, quedó extasiado pensando en las maravillas que el Creador había
puesto en la naturaleza, y permaneció inmóvil, en trance, durante varios años.
¿Por qué no doscientos cincuenta? Imagino la sorpresa de sus compañeros de
cenobio al verle levitando en medio del jardín. Lo del levitando no sé si venía
en la historia original, pero si no levitaba ¿no lo habrían enterrado
creyéndole muerto? Es de suponer, en todo caso, que se lo llevarían del jardín
el primer día de lluvia y lo dejarían en su celda a resguardo de la intemperie.
Con el tiempo, si no ocurrían más cosas extraordinarias, terminaría
prácticamente olvidado, sobre todo cuando los monjes, cada vez más escasos,
abandonaran o fueran expulsados del monasterio. Cuando ya mediado el siglo XX
alguien encontrara a nuestro monje, al retirar los escombros que tapaban la entrada
de su celda, ni por asomo se le ocurriría una explicación milagrosa, por
lo que terminaría en una vitrina del
Museo Etnográfico de Bañolas.
Opción 1.c: De pactos con el
diablo está llena la literatura universal desde las Cantigas de Santa María de Alfonso X hasta el Fausto de Goethe o El retrato de Dorian Gray de Oscar Wilde. Es una opción bastante mejor que la
anterior, porque hoy en día la gente no cree en los milagros, pero sí en el
diablo. Hay dos opciones para el final: el protagonista o se condena o se
salva. Como en el caso de Don Juan a quién Tirso de Molina y Mozart mandan al
infierno y Zorrilla perdona.
Opción 2: La acción transcurre en
el futuro, y se me ocurren tres posibilidades: está vivo doscientos cincuenta
años después de nacer porque ha viajado en el tiempo, porque la medicina ha
tenido avances espectaculares, o porque quien ha tenido avances espectaculares
es la ingeniería.
Opción 2.a: Viaje en el tiempo.
Está bastante visto. Desde La máquina del
tiempo de H.G.Wells hasta las películas de Regreso al futuro de Robert Zemeckis. No es una opción para una
historia sobre alguien que ha vivido doscientos cincuenta años porque en
realidad el viajero no los ha vivido. Solo ha vivido los anteriores al viaje y los
que viva después. Aquí me surge una duda sobre el monje de la opción 1.b: ¿Ha
vivido mientras estaba en éxtasis? Ciertamente se trata de una experiencia
superior, pero no es lo que se entiende por vida.
Opción 2.b: La medicina ha
avanzado tanto, a base de botox, estiramiento de pellejos, antioxidantes y,
sobre todo, trasplantes de órganos, que todo el que tenga recursos suficientes puede
llegar a vivir los doscientos cincuenta años. La parte más apropiada sobre la
que escribir en esta opción no es, sin embargo, la de los ricos receptores de
órganos, sino la de los necesitados que se ven obligados a vender los suyos o,
como en la película Coma de Michael
Crichton o el libro Cosecha sangrienta de
David Kilgour y David Matas, son despojados de ellos sin su consentimiento.
Opción 2.c: La que ha avanzado, en
colaboración con la medicina, es la ingeniería cibernética y la robótica, que
han permitido la sustitución de órganos defectuosos por implantes
tecnológicamente avanzados, llegándose a sustituir incluso el cerebro, neurona a neurona y sinapsis a sinapsis, por microordenadores cuánticos. Nuestro protagonista podría no tener ya ningún
componente orgánico sin ser por ello un robot (R.U.R. de Karel Capek) sometido a las leyes de Isaac Asimov, ni un
androide que sueñe con ovejas eléctricas (Blade
Runner en la versión cinematográfica de la novela de Philip K.Dick). Según algunos científicos (como Roger Penrose en La nueva mente del emperador, y en Lo grande, lo pequeño y la mente humana) la autoconsciencia y el libre albedrío son consecuencia de operaciones cuánticas que se realizan en los microtúbulos de las neuronas, por lo que, al sustituirlas una a una por microordenadores cuánticos, se habría conseguido conservar el alma inmortal.
Al final no he escrito una
historia, pero al menos he escrito algo en el blog.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)