Todos los días, a las diez menos trece
minutos exactamente, Don Marcelino sale a la calle. El portero, que
habitualmente está fuera, barriendo su trozo de acera, le saluda con voz de
bajo profundo: “Buenos días, Don Marcelino”, a lo que Don Marcelino contesta
amablemente: “Buenos días, Ngomo”. Luego baja por la acera hasta llegar a la
esquina y atraviesa Ayala; tuerce a la derecha y, por la acera de los pares, se
dirige hacia Velázquez. El edificio de la esquina hace que lo pierda de vista,
pero entre tres y cinco minutos más tarde vuelve a aparecer por la acera de los
pares con el periódico en la mano, atraviesa de nuevo Ayala y, subiendo por su
acera, llega al portal de su casa y entra.
Durante un tiempo no di importancia a su
paseo matutino, que veía mientras consultaba el correo electrónico, pero un día
me paré a pensar que, por el tiempo que tardaba, Don Marcelino compraba el
periódico en el quiosco de la esquina de Ayala con Velázquez. Si lo comprara en
un quiosco más lejano tardaría casi diez minutos más. Pero el quiosco de la
esquina de Ayala con Velázquez está a la vuelta de la acera de los impares de Ayala.
Para ir a él desde su casa, Don Marcelino no necesitaba atravesar ninguna
calle. Y, sin embargo, atravesaba cuatro veces Ayala. Dos veces a la ida y dos
a la vuelta.
Pensé que había algo en la acera de los
impares que Don Marcelino procuraba evitar:
En la esquina con Núñez de Balboa hay una floristería; luego está la
iglesia de los carmelitas, una librería religiosa y una residencia de ancianos,
terminando, en la esquina de Velázquez con una tienda de trajes de novia. ¿No
quería pasar por delante de la iglesia? No parece probable, ya que los domingos
iba con su esposa a misa de doce y comulgaba.
¿Evitaba tropezarse con los mendigos que se
colocaban en las proximidades de la iglesia? Hay una anciana, con falda larga y
pañuelo en la cabeza, un poco agresiva: se pone delante, cortándote el paso
mientras dice “Señor, señor, perdone, deme algo”. Y, si pasas de largo, te sigue
unos pasos, insistiendo “Señor, señor, deme algo”. Hay también un chico rumano,
que toca el acordeón junto a la puerta de un garaje que, cuando pasas por
delante, te sonríe mientras dice simplemente “Buenos días”. Pero, salvo los domingos en que, acompañados
de algunos más, llegan más pronto, los días laborables solo aparecen por allí a
las diez y media, después del paseo de Don Marcelino.
Quizás, pensé, no trate de evitar algo en la
acera de los impares, sino que haya algo que le atrae en la de los pares. ¿El
escaparate del concesionario de Audi? No
me pareció muy probable: los coches del escaparate los cambian muy de tarde en
tarde y, por otra parte, él tiene un Jaguar impresionante… ¿el escaparate de una
joyería? ¿el restaurante? ¿un par de locales vacíos?…
Además… ¿Por qué iba a comprar el periódico a
las nueve y cuarenta y siete si no lo iba a leer hasta las once y media? ¿Qué
pasaba en Ayala poco antes de las diez?
Aprovechando que hacía buen tiempo, bajé durante unos días a la
calle, poco antes de que saliera Don Marcelino, situándome en lugares desde
donde podía ver sin llamar la atención, pero no observé nada de particular: Don
Marcelino no se paraba, ni dirigía su vista hacia los escaparates, ni saludaba
ni hablaba con nadie.
Fue solo al tercer día, cuando iba a darme
por vencido, cuando me di cuenta de que los tres días se había cruzado con la
misma persona: una señora algo más joven que él, con una ligera cojera, pero que
aún conservaba buena parte de la belleza que, sin duda, había lucido en su
juventud. No se saludaban, ni desviaban la mirada, pero, a pesar de todo,
decidí seguir a la señora para ver a donde iba: Atravesaba Núñez de Balboa y,
al llegar a Castelló torcía a la derecha hasta un local casi esquina con
Hermosilla. Era una tienda, que ella abría a las diez, donde vendía lámparas de
mesa y pantallas que ella misma hacía mientras esperaba algún cliente.
Tenía un buen motivo para pasar por Ayala
siempre a la misma hora, pero esto, por otra parte, indicaba que debía vivir
cerca. Si viniera en un transporte público sería imposible tanta puntualidad.
Así que decidí averiguar donde vivía, colocándome los dos siguientes días en
lugares desde donde podía ver de dónde venía.
Resultó que vivía en Lagasca, casi esquina
con Goya. Todos los días salía a la misma hora de su casa, subía por Lagasca,
atravesaba Hermosilla, y continuaba por Lagasca para torcer en Ayala, recorrer
tres manzanas, y bajar por Castelló hasta su tienda. Sorprendentemente, ella
también hacía un recorrido más largo del necesario, ya que habría sido más
corto llegar a su tienda de Castelló yendo por Hermosilla en lugar de por
Ayala.
¿Era pura coincidencia o hacían los dos un
recorrido extra y a la misma hora solo para cruzarse y verse al pasar en la
calle Ayala?
No pude averiguarlo, así que dejé el tema hasta
hoy. Hoy me he puesto a escribir sobre él porque al leer el periódico he
averiguado quién era ella. Junto a una foto reciente y una de su esplendorosa
juventud, el periódico le dedicaba una página entera con motivo de su
fallecimiento, ocurrido el día anterior. Se trataba de una conocida
supervedette de revista que había cosechado grandes éxitos y que dejó el mundo
del espectáculo tras sufrir un aparatoso accidente de coche, tras el que hubo
que amputarle una pierna. La ligera cojera que yo había notado se debía a que una
de sus piernas era una prótesis.
Me quedé pensando si Don Marcelino haría al
día siguiente su puntual recorrido. Pero enseguida supe que no. El ruido de
unas sirenas hizo que mirara por la ventana. Una ambulancia se había parado
frente a mi casa: Don Marcelino había sufrido un paro cardíaco mientras leía el
periódico, y la ambulancia había llegado demasiado tarde. Don Marcelino había
fallecido.
Florentino... lo bordaste, que buena historia.
ResponderEliminarUn saludo y no te cortes ofreciéndonos obras así.
Vaya Florentino, todo un ejercicio detectivesco y literario a la vez. Me ha gustado mucho este relato tuyo porque está pulcramente redactado, hasta me he metido en Google Earth para ver los recorridos que indicas. Es todo muy gráfico y a la vez intrigante.
ResponderEliminarPara coronar el texto, mi primer apellido es Ayala. Me siento protagonista jajajajaja
Un abrazo.
Nunca pensé que fueras tan buen detective,quizás algún dia te pida que hagas seguimientos detectivescos.
ResponderEliminarMuy bueno papá.
ResponderEliminarGracias por el cuento Florentino, me gusta saber que por el barrio no han cambiado demasiado las cosas
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