miércoles, 25 de noviembre de 2015

Reciprocidad Tierra-Luna

Desde la Tierra no se ve la cara oculta de la Luna. Desde la cara oculta de la Luna no puede verse la Tierra.

Desde la Tierra solo se ve una cara de la Luna. Desde la Luna la Tierra muestra todas sus caras al girar sobre su eje.

Desde la Tierra, la Luna se desplaza de Este a Oeste por la bóveda celeste. Desde la Luna, la Tierra permanece siempre fija en el mismo punto del firmamento.

Cuando en la Tierra hay Luna llena, en la Luna hay Tierra nueva. Cuando en la Tierra hay Luna nueva, en la luna hay Tierra llena.

Cuando en la Tierra hay  Luna creciente, en la Luna hay Tierra menguante. Cuando desde la Tierra la Luna mengua, desde la Luna la Tierra crece.

El diámetro aparente de la Tierra vista desde la Luna es cuatro veces el tamaño del diámetro de la Luna vista desde la Tierra. Su superficie aparente es por tanto dieciseis veces el de la Luna.

El albedo de la Tierra es más de cinco veces el albedo de la Luna. Por tanto, en la misma fase, la Luna recibe de la Tierra más de ochenta veces la luz que la Tierra recibe de la Luna. 

Cuando en la Tierra hay eclipse de Luna, en la Luna hay eclipse de Sol. Cuando en la Tierra hay eclipse de Sol, en la Luna hay eclipse de Tierra.

viernes, 20 de noviembre de 2015

Mimetización

El proceso de mimetización había sido un éxito, pensó Axhmugg. A pesar de la enorme diferencia fisiológica que había entre los habitantes del sistema GLK77483 y los orionitas, la cirugía estética y algunos implantes de otras especies habían conseguido que Axhmugg fuera prácticamente idéntico a uno de los que aparecían en las imágenes que una nave espía no tripulada había conseguido captar por azar en el espacio exterior.

Un análisis psiónico de la zona en la que se encontraba la nave había conseguido determinar que existía vida inteligente en alguno de los planetas que giraban en torno a una minúscula estrella situada a unos 7.000 kulefs/luz.

Aunque por las imágenes captadas no parecía que los habitantes de GLK77483 tuvieran una tecnología muy avanzada, se apreciaba que eran muy irritables y belicosos. Por ello, y antes de intentar establecer unas posibles relaciones diplomáticas y comerciales, se había decidido enviar a un experto en relaciones interestelares, convenientemente mimetizado para no despertar antipatías ni sospechas, para estudiar las posibilidades que ofrecía el mundo recién descubierto.

Cuando Axhmugg estuvo lo suficientemente cerca del sistema GLK77483 determinó que el planeta con vida inteligente era el tercero de los que giraban en torno a su estrella. Examinó la enorme cantidad de ondas radiofónicas que invadían el espacio, seleccionó una de las más potentes, y utilizó el microchip incorporado a su cerebro para analizar y aprender el primitivo lenguaje en que se expresaba.

Una vez cerca del planeta, giró a su alrededor y decidió posar su nave en una zona escasamente habitada para minimizar los posibles riesgos. Analizó el aire del planeta descubriendo que, aunque con un exceso de dióxido de carbono, era perfectamente respirable.

Salió de la nave y contempló admirado el paisaje, distinto pero al mismo tiempo parecido al de su planeta de origen. Había tomado tierra en la falda de una montaña, y ante él se desplegaba un bucólico valle, pletórico de verde vegetación y surcado por un rio de limpias aguas azules.

En un punto no muy alejado, a la orilla del río, había una rústica choza de tres pisos de altura y amplias ventanas acristaladas. Allí, decidió, tendría su primer contacto con los habitantes del planeta.

Se acercó a la choza, subió los amplios escalones de piedra blanca que llevaban al porche de entrada, y dio unos cuantos golpes con los nudillos en la puerta.

En cuanto la puerta comenzó a abrirse dijo "Grüss Gott!" con la tonalidad justa que había aprendido, pero no pudo decir nada más, sorprendido por la apariencia del personaje que le había abierto la puerta: Era idéntico a un niño orionita.

El niño también lo miró sorprendido, pero tras unos momentos de  indecisión corrió hacia el interior de la choza gritando alborozado "Mamá, mamá,... ¡Ha venido el pato Donald!"           

jueves, 5 de noviembre de 2015

El fechador

Me incorporé a la Oficina de Planificación y Centro de Cálculo del Banco de España en Marzo de 1974. Miguel Taús Martí, el jefe de la oficina, aunque no sabía nada de informática, era un hombre sensato. Por eso, para contar con alguien con amplia experiencia en ordenadores, promovió la convocatoria del concurso por el que entré en el banco. Había ya personal con cierta experiencia en programación de aplicaciones, faltando alguien que pudiera discutir con los técnicos de IBM en las áreas de hardware y de sistemas.

El subjefe de la oficina, de origen bancario como el jefe, se llamaba José Antonio Carmona y tenía un tic en la nariz por el que los empleados le apodaban Samanta, como a una conocida bruja de la televisión que la utilizaba para hacer magia.

El jefe de la Sección de Explotación, Eduardo Fontcuberta, había sido compañero de colegio y de clase de mi primo José Manuel, que era técnico del banco, pero no se hablaban desde que le ascendieron a jefe de sección y le dijo a mi primo que debía dirigirse a él como "Don Eduardo".   
 
En Explotación disponían de dos ordenadores, un antiguo IBM 1401 en el que funcionaba la aplicación de la CIR (Central de Información de Riesgos) que era en esos momentos la aplicación estrella del banco, y un flamante IBM 360/50 al que, entre otros equipos, estaba conectada una portentosa máquina de almacenamiento de información en láminas magnéticas que nadie, ni los más expertos técnicos de la propia IBM, consiguió jamás que funcionara. 

El jefe del Negociado de Programación se llamaba Juan Cano Rebollo. Era chiquito y sumamente amable, pero muy estricto con sus subordinados. Cuando alguien se levantaba y salía del despacho, sobre todo a primeras horas, le decía que "al banco había que venir, desayunado, orinado, y con todas las necesidades hechas".

Cano se encargaba del material de oficina, así que en mi primer día, en cuanto me lo presentaron, empezó a darme papel, lápices, bolígrafos de todos los colores, carpetas, un fechador,...



Yo intenté devolverle el fechador, que me parecía que no necesitaba para nada, pero él insistió en que era utilísimo: solo había que mover las cintas de goma por la mañana para que apareciese abajo la fecha del día y luego, cada vez que hubiese que poner una fecha, entintarlo y presionar sobre el papel.

A mí me pareció que, de todas maneras, el cacharro no me servía para nada, pero finalmente lo acepté para no parecer maleducado. Y él continuó dándome cosas: grapas, grapadora, archivadores... 
  
Al final me preguntó si necesitaba algo más, a lo que contesté que necesitaría una de esas cajitas con material esponjoso empapado en tinta que se utilizan para entintar el fechador.

"¡Ah!", me dijo apenado, "lo siento pero no me queda ninguna,... pero no importa,... cada vez que necesite utilizar el fechador, pásese por mi despacho, que con mucho gusto le dejaré utilizar la mía."  

Me fui con todo el material al que iba a ser mi despacho, puse la fecha del día en el fechador, lo guardé en un cajón de la mesa y allí permaneció, sin modificar ni entintar, durante casi treinta años hasta que, en uno de los últimos cambios de despacho, desapareció.

Entre los súbditos de Cano, que conocí ese día, hice algunos buenos amigos, como Julián Valentín (uno de los técnicos del banco que, tan solo un par de meses antes, habían sido seleccionados para formarse como programadores), que aún hoy día sigue leyendo de vez en cuando mi blog y que hace la siguiente aportación a esta entrada:


Cano, además de tener un pasado lleno de incidentes y anécdotas una vez ya casado y con hijos, de las que recuerdo unas cuantas que nos sirvieron y nos sirven para troncharnos de risa, tenía un pasado de seminarista, casi llegó a cura, de lo que se salió para casarse. Quizá debido a sus ejercicios de declamación y oratoria en el seminario tenía una forma de hablar muy cuidadosa con el lenguaje, tanto que le gustaba sobreactuar y a nosotros, los programadores y a sus jefes, nos parecía pura pedantería o, como ahora dirían algunos, era "postureo". Taús le dijo "Usted se escucha cuando habla" y yo, influenciado por una película, no sé cuál, le puse "Dudú el Sintaxis". Y con Dudú el Sintaxis se quedó, eso sí en el ámbito de José Antonio Urrialde (el Urri), Antonio López, Ignacio Torres, Fernando Revuelta, Julián Valentín, Paco Vecino, José Mari Campo Nieto, José Félix Azofra, José Mª Alonso, Juan Ramón Rubio, Pablo Villamediana, Iñaki López de Calle, etc. Toda esa panda de programadores de los años 70.