jueves, 25 de junio de 2015

Sacrificios

Los sacrificios humanos fueron prohibidos en Roma el año 97 a.C., tanto si tenían por objeto la adivinación como si se trataba de ofrendas a los dioses. En los pueblos antiguos - celtas, vikingos, griegos, fenicios,... - eran frecuentes los sacrificios humanos para aplacar la ira de los dioses o para que se mostraran propicios. 


En particular,sacrificar al propio hijo debía considerarse muy meritorio. Los casos más conocidos, aunque no llegaron a término, son quizás el de Agamenón sacrificando a su hija Ifigenia antes de la guerra de Troya, y el de Abraham, sacrificando a su hijo (Isaac según la Biblia, Ismael según el Corán), a petición de Yahvé, para mostrarle su inquebrantable fe y obediencia. En el primer caso el sacrificio fue interrumpido por la diosa Artemisa, y en el segundo, por el propio Yahvé que sustituyó al niño por un cordero.

En el mito griego del banquete de Tántalo, tal como ha llegado a nosotros, Tántalo ofrece un banquete a los dioses y les da a comer, sin que ellos lo sepan, a su propio hijo Pélope. Los dioses descubren horrorizados el engaño, castigan a Tántalo, y reconstruyen a Pélope. Pero el mito de Tántalo es "míticamente" (no históricamente, por supuesto) muy anterior al sacrificio de Ifigenia, y por tanto corresponde a una época en la que sacrificar a los hijos era muy apreciado por los dioses. Por tanto, en el mito original, lo que ocurría era probablemente lo contrario: Tántalo ofrece a los dioses a su hijo en sacrificio, pero sacrifica a otro (¿un esclavo?). Los dioses se dan cuenta del engaño y castigan a Tántalo.  

El sacrificio de animales era, por supuesto, mucho más frecuente. Abraham era originario de Ur, donde la petición de Yahvé seguramente no era una cosa rara, pero en los templos de Mesopotamia lo que más se sacrificaba - y en cantidades ingentes - eran animales para alimentar y contentar a sus dioses.

Los dioses griegos y romanos no necesitaban que los alimentaran, se bastaban a sí mismos. Pero también se les ofrecían sacrificios para que les fueran favorables. Homero nos da repetidos  ejemplos de sacrificios. Así, por ejemplo, al principio del canto III de la Odisea, nos cuenta:

"Nueve grupos había, quinientos varones por grupo, y delante de sí cada grupo tenía nueve toros; las entrañas estaban comidas, quemaban los muslos para el dios... "

y en el canto XIV:

"...degollado y abrasada la piel, lo partieron y puso el porquero trozos crudos de todos los miembros en grasa abundante y arrojolos al fuego después de empolvarlos de harina."

Pero el sacrificio no termina con la ofrenda a los dioses. Termina cuando en el canto III se dice:

"Retiraron entonces las mollas asadas al fuego y, partidas en trozos, gozaron del rico banquete."

Y en el XIV:
 
 "En pedazos cortaron el resto y, clavado en espiches, con cuidado lo fueron asando... y sirvió a cada cual otra parte; diole a Ulises, no obstante, la cinta del lomo del cerdo..."

Es decir, el sacrificio se completaba compartiendo la comida con los dioses.

Tanto musulmanes como judíos siguen sacrificando actualmente (y comiendo) un cordero en determinadas fiestas. Los primeros, como renovación del sacrificio de Abraham; los segundos en conmemoración de la huida de Egipto. 
   
Cristo se sacrificó para redimir ante Dios-Padre a todos los hombres de sus pecados (ver la entrada Evolución). Pero el sacrificio no estaría completo si los que lo comparten no comieran la carne del sacrificado. Por eso Cristo, en la Última Cena instituye el sacramento de la Eucaristía. Haciendo que el pan y el vino sean su propia carne y sangre, nos hace partícipes de su sacrificio.   

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Los textos de la Odisea los he tomado de la traducción de J.M.Pabón, publicada por la editorial Gredos en su colección Biblioteca Clásica.

La imagen que acompaña al texto le he tomado del blog "Letras Libres"

miércoles, 10 de junio de 2015

El águila ciega

Había una vez un águila de porte tan impresionante y vuelo tan majestuoso que los animales del valle la consideraban su reina. La temían y la admiraban.

Cuando la veáis ascender en círculos sobre vosotros, decía mamá coneja a sus gazapos, quedaos quietos sin mover un músculo, porque el águila tiene una vista portentosa y detecta desde arriba el más mínimo movimiento. Se lanzará en picado con sus pardas alas medio cerradas y, a menos que estéis a la entrada de la madriguera, por mucho que corráis, no escaparéis de sus garras. 
  
Pero, a medida que pasaban los años, el águila se fue dando cuenta de que iba perdiendo la vista, e intuyó que algún día los animales del valle dejarían de admirarla o, aún peor, de temerla. Y que hasta era posible que terminaran por burlarse de ella. Así que decidió dejar el valle antes de que llegara ese día e irse y morir en un páramo lejano.

Los animales del valle, que aún no se habían dado cuenta de su pérdida de visión, después de verla alejarse, comprendieron que ya nunca volvería. Y pensaron que el valle se le había quedado pequeño, y se había marchado en busca de un reino más amplio y más digno de ella.


Esto es una fábula y, como tal, tiene sus moralejas. Cada cual debe decidir cual toma y cual deja.  

viernes, 5 de junio de 2015

Laberinto - 5 - El Doctor Hraby extrae una muela

El Doctor Yosiph Hraby era rubio, delgado y con ojos gris claro. Su vecino en el Laberinto, Lisidr Fulcan, por el contrario, era moreno, con ojos casi negros y barba densa. 

Apoye la cabeza en el reposacabezas y abra bien la boca, dijo Hraby.

Fulcan echó la cabeza hacia atrás, abrió la boca, y pegó un grito ahogado cuando el Doctor le golpeó con un martillito dorado la muela que le había hecho ir a su consulta. 

Veo que es esta, dijo el Hraby acercándose para verla mejor. Me temo que no tiene más arreglo que extraerla.

Dejó el martillito en la mesa de los utensilios y cogió unas tenacillas, también doradas.

Fulcan cerró la boca aterrorizado: No irá a sacármela sin dormirme ¿verdad?.

Le dolerá, pero solo será un instante.

Fulcan permaneció callado, pero con la boca bien cerrada y unos ojos suplicantes. Desde que, de pequeño, le empastaron una muela, los dientes y los dentistas formaban parte de sus peores pesadillas.

Como usted seguramente sabe, la hipnosis tiene sus peligros, y...

No importa. Duérmame, por favor.

Bien, dijo el dentista sacando un papel de un cajón. En ese caso debe Usted firmar este consentimiento. Legalmente no puedo hipnotizarle sin su permiso, por lo que la Comuna obliga a que firme este documento, librándome de responsabilidad en caso de que algo vaya mal.

Fulcan leyó el consentimiento.

¿Puedo no despertar nunca de la hipnosis?

En teoría, si. Pero yo no he conocido ningún caso.

¿Puede dolerme a pesar de la hipnosis?

Puede, si el hipnotizador no es suficientemente bueno.

¿Puedo quedar para siempre sometido a la voluntad del hipnotizador?

Nunca se deje hipnotizar por alguien en quien no confíe. 

Fulcan calló unos instantes, dudando si podría confiar en el Doctor Hraby, pero al final sacó una pluma, firmó el documento y volvió a apoyar la cabeza en el reposacabezas.

Ahora debe usted vaciar su cabeza de cualquier clase de pensamiento. Tan solo míreme a los ojos y escuche mis palabras.

El Doctor Hraby acercó sus ojos a los ojos de Fucan, clavando su mirada en él mientras, con una voz monótona, repetía: No piense en nada... Vacíe su mente... Tiene sueño... Mucho sueño... Le pesan los párpados... Abra la boca... No piense en nada...

El Ingeniero Fulcan no duró mucho despierto. En poco menos de un minuto sus párpados se habían cerrado y su boca estaba abierta.

El Doctor Hraby volvió a coger las tenacillas doradas y, con un rápido movimiento, extrajo la muela. Luego tomó una gasa, que empapó en un líquido coagulante, y la mantuvo unos segundos apretada contra la llaga. La retiró, observó que no sangraba, y se sentó frente a Fulcan.

¿Es Usted imperatrixta?

Fulcan negó con la cabeza.

¿Crucista?

Vuelta a negar.

¿Pertenece a alguna otra secta o sociedad secreta?

Nueva negativa de Fulcan.

Olvide lo que le he preguntado y... ¡Despierte!, ordenó el Doctor al tiempo que daba una sonora palmada junto al oído derecho de Fulcan, que abrió los ojos inmediatamente.

¿Me la ha sacado?

Por supuesto, dijo Hraby mostrándosela. Puede beber, pero hoy no retenga líquidos en la boca, ni se la enjuague. Coma solo comidas tiernas, y nada caliente. Contra más frías mejor.


Luego se negó a cobrarle nada por la extracción, alegando su vecindad en el Laberinto, y Fulcan se ofreció a ayudarle en cualquier cosa que el Doctor necesitase de él. 

Por supuesto, pensó el Yosiph Hraby.