miércoles, 20 de agosto de 2014

Diosas y dioses

Este es el tercer fragmento, traducido por el Profesor Papadopoulos, de los papiros encontrados en Schimatari:

Nuestros antepasados no sospechaban que hubiese relación entre el acto sexual y el parto. Naturalmente, fueron las mujeres las primeras en descubrirlo, pero guardaron por mucho tiempo el secreto: Se suponía que eran los espíritus de los antepasados los que las hacían fecundas. O los ríos, o un árbol, o una roca... quizás una ráfaga de aire o un pájaro totémico.

El hombre era algo útil para el trabajo, para la guerra... y para el amor. Pero las funciones importantes, religiosas y civiles, eran desempeñadas por aquellas de quienes dependía la más importante de todas: la procreación.

Es por tanto lógico que se supusiera sexo femenino a quién creó todo el universo, entronizándose como divinidad a “La Gran Madre”, fértil en grano, frutos y caza.

Se erigieron templos en toda la Hélade dedicados a ella, pero se cometió un error: se le asignaron distintas advocaciones: aquí se la llamó Demeter, diosa del grano, allí Hécate, la bruja, más allá Perséfone, reina del inframundo, Hestia, la diosa virgen,…  Y pronto se convirtieron en diosas rivales.  

Por otra parte, llegó un día en que, o por una indiscreción, o porque los hombres también aprendieron a contar, fue de conocimiento público que diez lunas era el periodo entre la siembra y la recolección, y pronto se preguntaron quién fecundaba a las diosas. Y nacieron los dioses, en competencia con ellas: Ades, Cronos, Urano… Porque aunque el pueblo crea que los actos de los hombres están determinados por los deseos de los dioses, que son, respecto a ellos, omnipotentes, lo cierto es exactamente lo contrario, ya que son los dioses fiel reflejo de las ideas y las costumbres de los hombres.

No es que los dioses no existan. Pero es como si diésemos nombres a las olas del mar, sin darle al mar ningún nombre. Es también como si fuera una piedra preciosa tallada en mil facetas, de las que el hombre puede iluminar a su conveniencia las que más le interesen. Ese mar y esa gema no son ni macho, ni hembra. O quizás sean las dos cosas al mismo tiempo. No son ni uno, ni múltiple. O quizás reúna en sí los dos aspectos, igual que reúne todas las virtudes y todos los defectos; la máxima belleza y la fealdad extrema; la alegría y el desconsuelo; la esperanza y el terror. Divino Caos.

domingo, 10 de agosto de 2014

Gimnasia

Como no soy nada deportista, no es de extrañar que, al llegar al cuarto curso, aún no me hubiera examinado de las tres asignaturas de gimnasia que figuraban en el curriculum de la carrera de Matemáticas. Es más, en cuarto me presenté a los exámenes de junio sin haber asistido ni un día a clase, lo que me valió que el profesor se negara a examinarme hasta septiembre.

En septiembre me levanté con cuarenta grados de fiebre el día del examen. Pero si dejaba el examen para el año siguiente, lo más que podría hacer era superar dos exámenes, el junio y el de septiembre, con lo que me quedaría sin terminar la carrera por falta de una gimnasia.

Decidí hacer trampa: pedí a un compañero de residencia, con una complexión similar a la mía, que se examinara por mí. No fue fácil convencer a Pepe Pérez, que así se llamaba, pero lo hizo. Sobresaliente. Por lo visto corría como un galgo.

El año siguiente fui a clase el primer día, pero solo el primero: El profesor explicó que todos los que habíamos sacado sobresaliente el año anterior tendríamos las clases en días distintos del resto para prepararnos para unas olimpiadas universitarias que se iban a celebrar. Estaba claro que o me rompía una pierna o iba a descubrir el engaño.

Cuando se acercaban los exámenes de junio, un compañero me dio una noticia esperanzadora: se habían suspendido las clases de gimnasia por enfermedad del profesor. No es que me alegrara de que el hombre estuviera enfermo, pero, como se confirmó el día del examen, era posible que el examinador fuera otro.

Por desgracia, el nuevo profesor llevaba anotado en la lista de examinandos el número de clases a las que habían asistido, y también se negó a examinarme. Le expliqué que me quedaban dos gimnasias y que entonces me quedaría una colgada para el año siguiente, pero se negó en redondo. Tenía orden del jefe del departamento de deportes de no examinar a nadie en esas circunstancias.

¿El jefe del departamento de deportes?...  ¿Quién era?

Resultó ser el jefe de la policía motorizada de Barcelona, cosa, en principio, poco esperanzadora. Pero me armé de valor y fui a verle a su despacho de Montjuich.

Le expliqué el caso.

¡Pero hombre, qué barbaridad! ¿Cómo se le ocurre dejar las gimnasias para última hora con lo fácil que es ir aprobándolas curso a curso? ¡Y encima me viene a mí con el problema! ¡Mira que les tengo dicho a los profesores que no me manden a nadie! ¡Me va a oír ese profesor xxx!  Porque, claro ¿cómo me voy a negar yo a aprobarle y hacerle perder a usted un año?...

Total, que el bueno del jefe de la policía motorizada de Barcelona me aprobó de un plumazo las dos gimnasias que me quedaban. Le debo el haber podido terminar la licenciatura en 1968 y no un año más tarde.